domingo, 26 de junio de 2011

La Breve Historia de un Fulano


Se podría comenzar a contar esta historia desde la vez en que regresaba de una expedición fallida al Uruguay, que sólo llegó hasta la ciudad de Manaos a orillas del río Amazonas en Brasil.
Un amigo y yo nos separamos del resto del grupo porque ya no soportábamos al dueño del vehículo donde viajábamos y preferimos quedarnos abandonados y sin dinero en medio de aquella ciudad,  vetusta como un museo al aire libre, que continuar viajando con aquel sociópata neurótico.

Al principio tratamos de buscar algún trabajo para reunir suficiente dinero para regresar, pero nos fue imposible por nuestra condición de extranjeros, luego decidimos Cambiar un billete israelí de 50 chekel, pero nadie lo aceptaba, nos trasladamos como pudimos al consulado israelí y después de caminar por casi tres horas, no nos quisieron abrir la puerta del consulado.
Así que no tuvimos otra que acercarnos al consulado de Venezuela en Manaos y pedir ayuda para regresar.

Al llegar al consulado fuimos atendidos por un empleado argentino (nacionalizado brasilero) que nos dijo que el Cónsul estaba de vacaciones y el vicecónsul no podría atendernos, así que nos dio unas monedas para un autobús que nos dejaría cerca de una estación de gasolina donde de seguro conseguiríamos una cola hasta Boa Vista a unos 800 kilómetros (y le creímos).

Decepcionados y resignados, tomamos las monedas y nos dirigimos al lugar indicado, pero como es de saber en ese país, ningún Camionero da cola a hombres, por lo que tuvimos que pernoctar bajo un remolque y como suele suceder en estos casos, vino la lluvia con la guinda del pastel.

A la mañana siguiente la suerte estaba echada: tomaríamos el consulado y haríamos huelga de hambre hasta que nos regresaran a Venezuela.
Con las pocas monedas que nos quedaban, tomamos un autobús de regreso al consulado decididos a cumplir con aquel acto de protesta, pero fallamos por un día: era sábado y el consulado estaba cerrado.

Nuestras esperanzas se estrellaron con la verja cerrada de aquella vieja casa, pero la desesperación hace arrojados a los indecisos y la verja no era muy alta, así que le dimos curso a la toma y ya sólo nos tocaba esperar la reacción diferida del lunes (lo de la huelga de hambre sería sencillo puesto que ya no teníamos dinero para comer).

Extendimos nuestros sacos de dormir y cuando ya nos estábamos poniendo cómodos, oímos salir un vehículo del consulado: miedo, confusión, angustia y ganas de ir al baño, todo a la vez acudió a mí y quedé paralizado en el lugar de mi protesta (ni un paso atrás je).

Al final nos paramos para ver de qué se trataba el asunto y en ese momento nuestra curiosidad nos dio, por fin, una ventaja: se trataba del vice-cónsul saliendo con una amiga un sábado en la mañana del consulado donde sólo habita el cónsul y su familia quienes como ya saben estaban de vacaciones. Nos habíamos convertido en dos testigos indiscretos y compatriotas que estaban un poquito molestos por el mal trato recibido de aquel funcionario argentino-Brasilero y su idea extraña de pedir cola a los camioneros.

Sólo basta decir que el consulado tenía piscina y que la comida del restauran de la cuadra era muy buena.
El lunes siguiente un vehículo con placas diplomáticas nos llevó Hasta la Rodoviaria (Terminal) con instrucciones del vicecónsul de montarnos en el primer autobús que saliera para la ciudad de Boa Vista,  con una carta para el consulado de esa ciudad donde solicitaba toda la colaboración posible para que pudiésemos llegar hasta Santa Elena en la frontera venezolana.

El camino de regreso me deparó varias desilusiones: la muchacha de Santa Elena a la que no le interesaba para nada un nómada harapiento como yo, luego el proyecto de colaborar con los mineros de Tumeremo; vacío y ajeno, le siguió una absurda supervisión en Cumaná sobre la posibilidad de una escuela insurreccional, donde aproveché para volver a ver a Estrella.
 Y el disparatado desenlace de aquel alocado viaje, donde terminé haciendo parte de la toma y ocupación de un Decanato de la universidad de aquella ciudad.
Un amigo que me necesitaba fue a rescatarme de toda aquella locura y volví de nuevo a Caracas.

Regresé rodeado de misterio y de una extraña admiración por aquel atolondrado periplo, fama que era requerida por mi amigo para safarse de una situación bastante complicada.
En verdad yo sabía que estaba siendo utilizado por aquel “amigo” pero la falta de interés en la vida, con la que había regresado de aquella malograda expedición, me condujo a dejarme llevar hasta donde quisiesen las circunstancias llevarme.

Fue así como la volví a ver; el más imposible de mis imposibles amores, aún recuerdo aquella ocasión nueve años atrás, donde solté aquella frase infeliz, salida desde el  fondo de mi absurda  tendencia hacia el rencor, negándome a aceptar su cercanía porque ya ella había rechazado tal propuesta en otra ocasión, así que no quise creer que me quería y me tragué mi amor diciéndole: “ya no podemos ser lo que una vez no fuimos”.
Sí, es cierto satisfice mi orgullo, pero a costa de mi corazón y creo que aún me sigo castigando por haberlo hecho, aunque a veces mi inseguridad me consuela diciéndome: “tal vez no era en serio lo que ella decía, tal vez sólo quería jugar contigo”.

Bueno eso ya nunca lo sabré, lo cierto fue que en medio de aquella colección de fracasos, volví a verla y me arrasó una alegría que se desbordó de mi alma y la cubrí con ella y la celebré con poesía  y me reflejé en su mirada, pero ya la mano del tiempo había hecho lo suyo y la distancias de nuestras almas multiplicaba por varios millones la distancia de nuestros cuerpos.

Y así la vi partir de nuevo, alejándose para siempre y dejándome una ensalada de dolor, nostalgia y orgullo, como entrada para la cena de soledad con la que tenía habituada a mi alma.

Ahora parecía la sombra de mi sombra; un punto oscuro en la ya bastante larga noche de mi vida.    Otra vez mi amigo vino en mi auxilio y cuadramos una cita doble, sólo había pasado una semana de aquella cena terrible y fría, en verdad me sentía a la deriva, como una bola de billar esperando un golpe que la hiciera cambiar de lugar, anhelando cualquier movimiento en la dirección que fuera.


Y así conocí a quien sería mi primera esposa; tan sombría como yo, sin dirección, ni motivación, ni destino; las dos mitades de un mismo abismo.

Nos entregamos nuestros vacíos, nuestras soledades, nuestro cansancio por tanto frío y tanta ausencia.

Y se dio el contrasentido de la intensidad, estallamos en pedazos como si la cubierta de sombras que nos vestía hubiera estado represando lo que en verdad éramos y una noche se convirtió en cuatro días y nos perdimos del mundo y sólo soñábamos con nuestros cuerpos desvestidos y fundidos en un solo deseo.

La realidad nos tocó la puerta y nos envió de nuevo a nuestras soledades, que con cargos severos de adulterio nos condenaron nuevamente a la distancia.
Pero esta vez ni la duda, ni la vergüenza, ni el orgullo me impedirían luchar por ella; contra-demandaría a nuestras soledades por daños morales a nuestras almas y exigiría su presencia como única indemnización posible.

Pero ella aún no estaba lista, aún militaba en sus temores y esa inseguridad la hizo salir huyendo, aún cuando el fallo había salido a nuestro favor.
Yo salí tras de ella, la busqué y le rogué, traté de convencerla de que valía la pena intentarlo, total no perdíamos nada, pero fue inútil ella se opuso al veredicto y ante tal desacato la corte ordenó su olvido.

El ejercicio del olvido es una ficción aunque al aplicarlo se suelen perder cosas valiosas como el amor (por ejemplo).

Después de un tiempo, ella quiso apelar al veredicto de olvido y corrigió su desacato yo busqué su nombre en mis archivos pero no apareció su expediente por ningún lado, aún así fingí que lo había encontrado y quise darle curso a la sentencia absolutoria, pero como dije antes, ya no quedaba nada en mis archivos.

Caminamos juntos un largo trecho, su presencia en mi vida fortaleció mi tallo y mis raíces, pero su abono se hacía insuficiente; la savia que corría por mi tronco exigía más nutrientes y fue así como fueron mis raíces a buscar otras tierras.

Encontré tierra fértil pero en una parcela ajena, aún así sucumbí al placer de aquellos nutrientes ajenos y al seguir creciendo sin tierra propia, me fui convirtiendo en una maleza parasitaria.

Comencé a robar nutrientes ofreciendo frutos falsos, pero la falsedad de mis frutos se fue tornando en mi contra pues al no alimentar a quien me nutría, también yo me fui marchitando.

Así volví de nuevo a la parcela que antes había abandonado, ella me recibió pues necesitaba mi sombra y sabía que yo necesitaba sus nutrientes. Yo empecé a guardar mis frutos solamente para ella y ella se esmeraba por darme todos los nutrientes que yo requería.

Pero ambos sabíamos que la vida era más que reciclar nuestros afectos y entonces decidimos ir a explorar otros bosques pero aún acompañándonos mutuamente.

Un día vimos un retoño en nuestro lecho, yo me maravillé sentí más fuertes que nunca mis raíces y mis ramas, mis frutos, multiplicados por mil, se los ofrecí como tributo a aquel milagro, pero ella se negó a cultivar aquel retoño y al cortarlo se pudrieron mis raíces y me volví a convertir en una maleza parasita y rastrera.

Me volví hiedra depredadora de nutrientes, ya sin frutos engañosos sino espinas, maleza superficial, albergue de alimañas y desperdicios.

Pero hubo quien se acercó a mí para tratar de librarme de aquellas enredaderas que no dejaban retoñar mi tronco derribado.

Una llegó y se instaló en mi vida sin importarle negativas y protestas. Pero, no pude evitar enamorarme de su encanto y su inteligencia, esa maravillosa capacidad de hacerlo todo posible y convocar a la gente a entregar lo mejor de sí, en función de una causa justa.  Desde que llegó, siempre estuvo a  unida a mí por un amor inmenso, que la hacía capaz de darlo todo por mí y eso me hacía demasiado dependiente y entonces temía dejar de ser yo mi propia tierra y eso me hacía huir de ella.

La otra era un romance imposible, una atracción postergada por ser ella una de la mejores amigas de mi primera exesposa.
Ese romance imposible se concretó cuando mi exesposa y yo nos separamos definitivamente (ella se fue de viaje y nosotros cedimos a la tentación).

Me sanaron sus cuidados y una vez recuperadas mis fuerzas me fui en busca de tierra fértil para sembrar nuestros sueños, pero hubo una dificultad: mis raíces se habían acostumbrado a la tierra fértil que me daba la primera, ella hacía que mis sueños sucediesen, pero a cambio, yo sólo podía ser de ella y para estar con ella, debía alejarme hasta de mis seres más queridos.

la primera de ellas, era la que me daba los nutrientes necesarios para florecer mis sueños.

A la segunda me ataba a una inmensa nostalgia por todo lo perdido, nos unía el vínculo de haber pertenecido a algo de lo que ya no éramos parte, algo a lo que habíamos renunciado para estar juntos.

Decidí huir de las dos, la primera me ayudó en todo lo que pudo para que me fuera y encontrara mi propio camino, la segunda prometió irme a visitar.

Así fue cómo escapé (o creí escapar) de aquel ciclo que me tenía atado a sentir el pasado, como una ficción del presente.

Temiendo el caminar por miedo al camino, desconociendo todo lo que ya había caminado, traté de demostrarme que aún podía caminar solo, me costó despegar por miedo al vuelo, pero por fin logré dejarlo todo atrás.

El proyecto que emprendí parecía mandado a hacer para demostrar que definitivamente yo no podía  andar solo, el fracaso fue estruendoso y las consecuencias terribles.

Me hice de dos socios para emprender aquella aventura tragicómica, el objetivo era crear una experiencia de producción colectiva en un caserío llamado “Arenitas” situado al norte de una ciudad llanera llamada Tucupido.

Fue un salto al vacío, mis acompañantes no eran muy bien visto por parte de la gente de aquel lugar (de la que una vez fueron vecinos), había una tensión subterránea y unas cuentas pendientes llenas de polvo y telaraña que viciaban la atmósfera. Aquel pueblito árido y pantanoso, pero seco en sus esperanzas, no quería ser cambiado, quería vivir aferrado a la seguridad de su miseria.

Sólo me quedaba disfrutar la caída (si caes de boca, amortigua con los brazos y trata de voltear la cara, dejándola caer sobre las manos).

La primera quiso rescatarme: el proyecto de rehabilitación de otra comunidad, de cuyo diseño yo era coautor, había sido aprobado y según lo planeado, yo debía coordinar la parte social, pero me negué a participar, porque sabía que si aceptaba ya nunca dejaría de depender de ella, así que decidí seguir cayendo.

Aún así, decidió visitarme en aquel pueblo perdido: ella venía del noroeste, viajó rumbo sureste, en Tucupido tomó rumbo norte y terminó pasando hacia el noreste (estuvo toda la noche perdida y se quedó sin gasolina y para colmo tenía un chofer medio ciego).

Aquella noche no pude dormir esperando su llegada, por fin lo hicieron en la mañana; llegaron demacrados por el trasnocho, el calor y aquella atmósfera densa de vapores secos con olor de bosta vieja.

La alegría de aquel reencuentro aclaró por un momento el ambiente ocre-cenizo; las anécdotas y los saludos refrescaron el alma y abrieron un espacio para darle un aporte a aquel proyecto, al que había renunciado por sentir amenazada mi autonomía.

Desempolvé mis equipos audiovisuales y me dispuse a realizar una edición de unas imágenes que habían grabado del desarrollo del proyecto.

No se me ocurría nada, las imágenes eran muy dispersas, no me era posible articular ningún discurso, todas las cintas eran callejones sin salida, pero ella confiaba ciegamente en que yo podría lograr algo con todo aquello.

La noche pasaba rápidamente y no llegaba la idea, hasta que el viejo Alí cantó: ¡claro¡ construiría una metáfora, donde la gente se viera a sí misma asumiendo las riendas de su propio proceso y para eso el viejo Alí era el propio.

Revisé las imágenes mientras escuchaba la música del nuestro Alí Primera y la llenaba con imágenes de pueblo trabajando por su liberación; imágenes de solidaridad y alegría; de esa belleza escondida en lo común, en lo cotidiano en lo sencillo. La mirada que se levanta hacia la esperanza.

Al amanecer logré editarle dos micros y pude ver su alegría por las expectativas cumplidas y superadas (modestia aparte).

Fue triste la despedida, yo me moría por ir con ella a aquella aventura de probar que teníamos razón: que la revolución partía de la autoliberación y el autoreconocimiento y estos partían del desarrollo de una lógica colectivista de “Todo a favor de Todos” y del desarrollo de la capacidad colectiva de aprender a aprender (la Construcción y Comprensión Colectiva de Conocimientos). Pero cómo ir a predicar la autonomía y la nueva cultura colectivista-productivista, si yo mismo no podía ser autónomo; ella me hacía dependiente y eso era un contrasentido en mi vida, así que la deje ir.

Volvieron los días pesados de sudor con tierra, continuaba mi caída: el dinero se acababa y todos los negocios habían fracasado, decidí seguir esperando (cayendo).

La segunda iba a cumplir su promesa de visitarme, yo la verdad lo creía imposible; venir hasta tan lejos a visitar a un prófugo de su amor. Por aquellos días mi camioneta se averió; algo relacionado con el tren delantero (donde van las ruedas de adelante) y me era imposible irla a buscar, pero de pronto sobraron manos que me ayudaran a arreglar mi camioneta (lo que me emocionó profundamente) y logré salir a buscarla: ella era ese vínculo con un tiempo que hubo y que fue maravilloso; de alguna manera era como una nostalgia caníbal que me devoraba por dentro, pero vivía a través del recuerdo sin idea de presente ni de futuro.

Regresé con ella a aquel pueblito perdido, para enterarme de la maravillosa noticia de que me habían robado la editora con la que había hecho las metáforas de Alí: Tomé todas mis cosas y decidí parar la caída; volaría hacia el sur, pasando sobre el gran río Orinoco, llegaría a la casa de mi Hermano, allí cumpliríamos nuestro viejo sueño de caminar juntos, las ficciones de que en aquel pueblito las condiciones estaban dadas, me habían hecho perder mucho tiempo y otros recursos.

Pero llegué con el ánimo muy herido y por más consuelo que mi hermano podía darme, no pudo evitar que cayera en lo que sería la primera parte de una profunda depresión.

Pasaba los días sin querer hablar con nadie, encerrado en mi cuarto ahogándome en aquel intenso calor, rodeado por las ilusiones de lo que pudo ser y no fue.

Ella (la Primera) solía llamarme para saber cómo estaba y para tratar de convencerme de que participara en el proyecto de rehabilitación que habíamos diseñado, pero yo siempre tenía una excusa para negarme.

La segunda solía irme a visitar; manteníamos una relación en la que yo sólo era una hoja seca soplada por el viento de su afecto, ella había abandonado a casi todas sus amigas para poder estar conmigo ya que todas le reprochaban que yo había sido el compañero de su mejor amiga, así que no estaba dispuesta a desperdiciar semejante sacrificio, dándose cuenta de que el estar juntos, ya no tenía sentido.

Un buen día accedí a participar en el proyecto de la primera, pero no lo hice como un acto de compromiso político, sino como un intento de huida desesperada de aquel espantoso estado depresivo.

Llegué con muchas buenas ideas, pero con un enorme repertorio de trastornos que acabarían por dar al traste con aquel proyecto, enviando con ello a la basura una valiosísima oportunidad para poner en práctica todas las ideas en las que siempre he creído.

Otra vez al sur, con las tablas en la cabeza y el fracaso cosido en el alma.

Me propuse comenzar de nuevo, reinicie los estudios y comencé a relacionarme con distintos equipos de trabajo, fui poco a poco elaborando un proyecto que aglutinara todas mis ideas sobre cómo lograr el bienestar colectivo y cuando lo creí terminado traté de hacerlo llegar a quienes tenían la capacidad financiera y operativa de implementarlo, pero para mi espanto ninguno de ellos le puso la menor atención.

No había otra salida debía dejar lo que estaba haciendo y trasladarme a caracas a tratar de hacer llegar personalmente mi proyecto a quienes lo podían implementar.

No lograba entenderlo, estaba seguro de que nada más al verlo entenderían la pertinencia de mi proyecto y lo pondrían en marcha, era justo lo que el proceso que estábamos viviendo requería para consolidarse, pero como que a nadie le importaba que eso sucediese.

Otra vez frustrado y sin dinero, mi hermano me ayudaba con lo que podía y la segunda se había convertido en mi compañera, de la primera hacía tiempo que no sabía nada.

No hubo lugar al que no deje de ir a exponer mi proyecto, pero era obvio que nadie lograba entenderlo, lo gracioso es que si se lo comentaba a un trabajador cualquiera, este lo entendía e incluso terminaba haciéndole algún aporte, pero si se lo mostraba a alguna persona con posibilidades reales de aplicarlo, no le suscitaba ningún interés.

Parecía que descoser la palabra fracaso de mi alma se iba a convertir en una tarea bastante difícil, pero ya no tenía fondos suficientes para emprenderla. A través de un amigo común logré conseguir el número de teléfono de la primera; la empresa que administraba el malogrado proyecto de rehabilitación donde yo había participado, me había quedado debiendo un dinero y de seguro podría cobrarlo con la ayuda de la primera.

Así que al obtener su número no tardé en llamarla, ella se alegró mucho de saber de mí, le dije que estaba en la ciudad y que necesitaba hablar con ella, a lo cual accedió muy amablemente, así que ese  mismo día nos vimos.

El lugar donde vivía era muy agradable y acogedor, tenía una gran pizarra acrílica donde me puse a explicarle las características de mi proyecto, lo entendió de inmediato y no sólo eso, sino que me ayudó a entenderlo a mí también.

No me atreví a decirle  nada del dinero y nos despedimos afectuosamente citándonos para vernos otro día y darle otra revisada al proyecto.

Mi situación empeoraba, la casa donde me estaba quedando era de la madrastra de mi compañera y la relación entre el papá y la madrastra estaba a punto de colapsar debido a que el papá estaba teniendo un romance en el trabajo.

Como siempre la cuerda se rompe por lo más delgado y fue así como de pronto me quedé sin casa, comencé a buscar para donde irme sin tener ningún tipo de éxito, no había salida tenía que regresar donde mi hermano, lo que daba por terminada mi campaña de promoción de mi proyecto.

Llegó el día en que tenía que verme con la primera, le dimos un último toque al proyecto y yo procedí a despedirme, le dije que partía esa misma semana a casa de mi hermano puesto que tenía que entregar el lugar donde me estaba quedando. A todas estas en nuestras conversaciones no habían salido a relucir detalles como si teníamos parejas, entre otros temas que no habíamos alcanzado a conversar, así que producto de ese desconocimiento, ella me propuso que me quedara en su casa hasta que consiguiera un lugar para mí.

Yo sabía que de haber sabido ella de mi relación con la segunda, la primera no me habría ofrecido el alojamiento, al igual que sabía que al aceptar el alojamiento sin aclararle esa situación, le iba a generar ciertas expectativas que luego tendrían que ser cumplidas. Así que hice lo que bien sabía hacer: manipulé mis palabras para decirlo todo sin decir nada y de este modo quedar exento de culpa, creyendo que podría mantener la distancia o en todo caso que podría manejar una situación de dos frentes.

Claro está que bien sabía en el lío en que me estaba metiendo, era el mismo tipo de líos que en el pasado reciente me habían causado terribles sufrimientos, pero la ilusión de poder salir airoso de tal situación sumado a la tentación de caminar de nuevo por la cuerda floja lograron seducirme y aquella misma noche traicioné a la segunda con la primera y comenzó de nuevo todo mi infierno a configurarse.

La vida con la primera era un sueño que sólo interrumpían las llamadas de la segunda, así como el estar con la segunda era un sueño que sólo interrumpía el hecho de tener que irme a casa de la primera.

Al cabo de dos meses de esta situación, ya casi no respondía las llamadas de la segunda, al punto de haber pasado más de tres semanas sin verla, hasta que fue en persona a buscarme a la casa de la primera y en ese momento fue que la primera logró entender la ambigüedad de aquellas palabras del primer día.

Salí y hablé con la segunda y le propuse que habláramos mejor al día siguiente. Yo ya había elegido quedarme como compañero de la primera, pero no tenía el valor para decírselo a al segunda, más cuando aún tenía que reconocer que la había traicionado y que ella había sacrificado a sus mejores amigas por alguien que no valía la pena, no obstante esto, fui a darle la cara, aunque armado con algunos argumentos que redujeran el impacto del final.

Pero ella también tenía su plan, así que al vernos me dejó hablar y al concluir mis alegatos sólo  me entregó un par de hojas donde me decía que la dejaba porque la primera me garantizaba muchas más cosas que ella, esa afirmación era totalmente cierta, lo que yo no logré ver es que dentro de todas esas cosas que la primera me garantizaba, lo material era lo de menor importancia, aunque era en lo que la segunda  hacía énfasis.

En definitiva caí en el chantaje de la segunda y no terminé nuestra relación y me fui a casa de la primera a ponerla al tanto de la situación, en la que ya no podríamos seguir sosteniendo ninguna relación que no fuera amistosa.

Yo sabía que esto era imposible, más aún si permanecía en su casa, por lo tanto comencé a recoger mis cosas para irme de allí, ella al ver que en verdad me iría me propuso quedarme sin que mantuviéramos relación alguna (eso era una ficción que el tiempo se encargaría de desaparecer).

La situación de dos frentes volvió a configurarse pero esta vez la primera estaba al tanto de ello, la segunda lo intuía pero ya lo más importante para ella no era el estar conmigo, sino que la otra no lo estuviera,

Ocurrió algo que desequilibró la balanza trastornando aún más la situación, la primera quedó embarazada, es decir el juego había terminado. Cómo contárselo a la segunda, he allí la cuestión.

Sentía que las llamaradas de aquel infierno me tostaban las nalgas, cuando estaba con una pensaba en la otra y viceversa, solía sentarme pensativo y ausente recreando con delirios sadomasoquistas y paso a paso, como yo había creado semejante desastre.

Y en estas circunstancias fue que vino al mundo mi primer hijito, vaya padre que le toco a este pobre niño; otro niño pero viejo y loco (por decir lo menos).

Ahora sí ya no había marcha atrás, debía terminar mi relación con la segunda y hacerme cargo de mi hijo que necesitaba a toda costa un hogar estable donde crecer sano. Así que fui a decir la verdad y a correr con las consecuencias de una vez por todas, pero cómo es verdad que una cosa piensa el burro y otra el que lo arrea, la segunda no quiso terminar la relación y me exigió que cumpliera la palabra que le había dado de quedarme con ella, incluso si para ello debía abandonar a mi hijito.

Yo no sabía que decidir, si darle a mi hijo un padre presente pero sin honor o un padre con honor pero ausente. La segunda al cobrarme la deuda de honor sabía que me estaba dando uno de los golpes más terribles de mi vida, porque yo bien sabía lo que significa crecer sin un padre.

Al cabo de tres meses marche de nuevo al exilio, gracias a dios siempre he podido contar con mi hermano, es por eso que mi primer hijo lleva su nombre.

Una vez cumplida la deuda de honor con la segunda, las cosas no funcionaron y cada quien siguió su camino, el mío fue la forma de volver con mi hijo y con su madre por supuesto, el de ella fue graduarse y seguir su vida.

Pasaron cinco largos meses hasta que al fin se dio la oportunidad de volver con mi familia, mi hijito ya tenía ocho meses, pero las cosas no fueron para nada sencillas; entre la mamá de mi hijito y yo habían demasiadas sombras y fue así como mi vida se convirtió en un conflicto permanente en el que tenía que demostrar permanentemente que quería a alguien que permanentemente no lo creía y mi hijito de por medio.

Mi vida se había convertido en un sube y baja, encuentros desencuentros idas y venidas, conflictos y más conflictos. Y fue así como de pronto y con un año y cinco meses de distancia apareció mi segundo hijito, su mamá se empeñó en ponerle mi nombre y aunque yo le expuse mis reservas, era su turno de elegir un nombre y eligió el mío, yo le pedí que me dejara ponerle el segundo nombre y de esta manera logre que no se llamara totalmente como yo, tal vez así no correría mi misma suerte.

El segundo nacimiento no contribuyó mucho a que cesaran los conflictos, por el contrario estos comenzaron a recrudecerse y poco a poco me fui distanciando emocionalmente de la madre de mis hijitos.

Fue cuando llegó una maga a mi vida, sus ojos me deslumbraron y su boca me despertó un instinto caníbal que hacía mucho tiempo había olvidado. Había algo en ella que me devolvía la fantasía de aquel pichón de poeta desordenado y soñador.

Pero no eran tiempos de cometer de nuevo esos viejos errores que tan caros había estado pagando, así que decidí hacer un último y desesperado intento de resolver los conflictos que me impedían ser feliz con la mamá de mis hijos y empeñé en ello todas mis energías, pero fallé, no hice lo necesario y fracasé de la manera más absoluta.

Otra vez al destierro, pero esta vez con el firme propósito de estabilizar mi situación para que un día mis hijitos pudieran estar conmigo.

La maga al verme tan abatido quiso ayudarme y fue así como me invitó a viajar con ella, yo acepté pensando que ese viaje me ayudaría a disipar el horizonte y conocí nuevos y maravillosos amigos y lugares, renovando de esta manera mis ganas de vivir y de poder llegar un día a ser feliz.

Comenzó una relación llena de magia, todo se conjugaba en ella, la música que más me gustaba, la comida que más quería y la poesía con la que más me identificaba, para colmo teníamos el mismo interés por la imagen en movimiento, los viajes, el vino…

Pero ella venía muy herida de sus intentos pasado y el miedo a sufrir una nueva decepción le hacía entregar su amor a cuentagotas y yo que estaba convencido de que ahora sí era el momento, chocaba constantemente con las señales de “reduzca la velocidad”.

Eventualmente suele ocurrir que una llama que es alimentada de forma demasiado controlada, suele dar un calor monótono que termina por no ser acogedor sino aburrido, dándose el caso que cuando intentas que su fuego crezca, sólo puedes lograr breves llamaradas que no duran mucho.

Y fue así que la magia fue convirtiéndose en rutina y la maga convertida en golondrina un día voló, dejándome sólo el frío controlado de su hoguera.

Decidí estar sólo un tiempo, cada vez que podía iba de visita a donde mis hijitos y les llevaba los pequeños frutos de mi trabajo, hasta que un día su madre y yo decidimos tratar de ser felices juntos y aunque a veces pienso que no lo vamos a lograr, hay en mis hijos una fuerza de gravedad que me impide salir de orbita y hace buscar la solución a conflictos que antes creía irresolubles y aunque a veces mi corazón desearía convertirse en golondrina para liberarse de los conflictos que día a día minan su felicidad, hay una magia cotidiana que me dice que me quede.










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