domingo, 26 de junio de 2011

Rosita la Niña Cometa


Érase una vez que en una lejana galaxia existía un extraño sistema planetario, compuesto por cinco pequeños planetas. Era uno de estos el hogar de Rosita.


Era este el planeta de la cotidianidad, donde el trabajo, los estudios, algunas amistades, así como la familia y algunas otras cosas, componían la rutina diaria de Rosita.

Pero Rosita no se conformaba con realizar sólo esta actividades y por las noches miraba con curiosidad al cielo tratando de observar algo que la ayudara a conocer cosas de los otros planetas, tratando de imaginarse cómo serían sus habitantes (si es que estaban habitados estos planetas).

Ah...! pero un momento, se me estaba olvidando contarles quien es Rosita; Ella es uno de esos seres donde se conjugan los más contradictorios sentimientos, para explicarles de mejor manera les voy a citar varios ejemplos: tenía la más hermosa valentía que pudiera existir, pero en muchas ocasiones,  solía ser presa de los más inofensivos temores y estos miedos le hacían salir huyendo despavorida a ocultarse en su refugio desde donde lanzaba crueles flechitas al corazón de todo lo que le asustara.

Pero aunque se asustaba con cierta frecuencia, ella amaba el ser libre y cuando lograba deshacerse de sus miedos, corría y saltaba por los bosques y los parques impulsada por su tierna alegría.

Y así vivía Rosita los días de su cotidianidad; a veces huyendo aterrorizada, a veces saltando de alegría, a veces oculta en su refugio, a veces tan libre como su sonrisa, a veces amando, a veces triste y solitaria, a veces rodeada de amigos y felicidad.

Bueno, basta de hablar de Rosita, si no van a creer que tengo algo con ella y créanme que no es así, puesto que ella vive en una lejana galaxia y yo sólo puedo verla desde mi telescopio las noches en que la luna ilumina esa parte del espacio donde ella habita, así que mucho cuidado con un malentendido.

Como les estaba contando, Rosita sentía mucha curiosidad por los otros planetas que la rodeaban y un buen día decidió visitar el planeta que tenía más cerca, era este el planeta Amor.

En el planeta AMOR Rosita conoció a Rodrigo; un ser inteligente y romántico del cual quedó prendada y así, decidió quedarse a vivir allí con Rodrigo.

Pasó algún tiempo y todos los días eran de amor... amor en el desayuno, en el almuerzo, la merienda y la cena, amor los fines de semana, los días feriados y los días hábiles también, amor en el cielo y en la tierra, amor, amor, amor, amor...

Y Rosita quedó atrapada en la rutina del amor, que no era del todo mala, pero... mucho dulce a veces empalaga y entonces Rosita quiso explorar el resto de los planetas que quedaban, no sin antes decirle a Rodrigo que volvería.

Y llegó Rosita al PLANETA DE LAS CONVERSACIONES INTERESANTES, donde se encontró con un ser amable y tierno, si mal no recuerdo su nombre era Héctor.
Y así pasó Rosita varios días conversando y riendo con Héctor, cuyas palabras siempre reconfortaban a Rosita.

A Rosita le encantaban la amabilidad y el conocimiento de Héctor, pues la llenaban de sosiego y seguridad. Pero tanto sosiego y tanta seguridad terminaron por aburrir un tanto a Rosita.
Y siguió Rosita su viaje hacia otro planeta, al despedirse de Héctor, le prometió que pronto vendría a verle de nuevo.

Llegó Rosita al tercer planeta, era este EL PLANETA DE LA AVENTURA.
Este planeta era gobernado por un niño muy travieso, que jugaba y saltaba todo el día, tenía también por pasatiempo, tocar un pequeño instrumento de viento y escribir poesías a todo cuanto le rodeaba; aves, cielo, nubes, rosas y así a todo cuanto veía.

En realidad el gobernante de aquel planeta no era un niño; era un hombre que se negaba a crecer entre aventura y aventura (muchas de ellas muy peligrosas) era su nombre Miguel.

Cuando Rosita llegó al EL PLANETA DE LA AVENTURA, se quedó sorprendida por la cantidad de bosques y montañas que habían para explorar y aparte de esto, las miles de cosas nuevas y desconocidas que allí existían (esto le causó cierto temor).

Cuando se encontró con Miguel, este la invitó inmediatamente a explorar los bosques, a experimentar cosas nuevas y a realizar cosas que ella nunca imaginó que haría.

Y pasaron días intensos conociendo cosas nunca antes vistas por Rosita, sin rutinas, ni horarios. Pero Rosita también se cansó de tantas aventuras y siguió su camino hacia el último de los cinco planetas de aquel sistema planetario, pero antes le prometió a Miguel que pronto volvería.



Así llegó Rosita al quinto planeta: EL PLANETA DEL COMPROMISO; planeta donde habitaban las ilusiones, las utopías, las transformaciones necesarias y así muchas otras de esas cosas con que se sostiene una idealista forma de vivir.

A ese planeta concurrían religiosamente Rodrigo, Héctor y Miguel. Rosita quedó muy sorprendida al verlos a todos allí reunidos, pero algo extraño pasaba; ninguno de ellos parecía reconocerla y por más que rosita intentó hacerles recordar, ninguno de ellos logró reconocerla, parecía que al llegar al PLANETA DEL COMPROMISO, todos se olvidaban de su cotidianidad para dar paso a la ardua tarea de la transformación del universo.

Pero todos fueron muy amable con Rosita y le mostraron qué era lo que hacían allí; le explicaron que en ese pequeño sistema penta-planetario, carecían de sol porque los poderosos planetas de la galaxia vecina, valiéndose de sus avanzadas tecnologías, se habían apoderado de toda la luz solar y apenas dejaban colar unos tenues hasta los planetas más pequeños y menos avanzados y también muchas otras riquezas habían sido arrebatadas por los gobernantes de aquellos poderosos planetas para su propio provecho, sumiendo a sus propios habitantes a la más oscura miseria. al igual que a los planetas de aquel pequeño sistema planetario.

Al enterarse de todo aquello, Rosita juró que en adelante siempre iría a participar en EL PLANETA DEL COMPROMISO y que pondría todo su ser, para luchar contra esa injusta distribución de la luz del sol y de los otros recursos del universo.

Y así volvió Rosita a su planeta de origen, donde contó a todos las experiencias que había vivido en los otros planetas.
Y mientras contaba de rodrigo y el amor, Héctor y el conocimiento y Miguel y lo desconocido, sintió nostalgia por ellos y recordó su promesa de verlos nuevamente y cual cometa, voló pasando por todos los planetas de aquel pequeño sistema viviendo y conociendo nuevas experiencias.

Hasta que un día, estando en el tercero de los planetas, Miguel la invitó al bosque de los sueños (de donde sólo él sabia salir) .
Y allí vieron las cosas más maravillosas que existían y corrieron y cayeron y rieron. Pero miguel, a sabiendas que sólo él conocía el camino, dejo que Rosita guiara el regreso (una ingenua maniobra para mantenerla a su lado) pero ella se preocupó tanto por no poder salir, que se puso muy triste y Miguel al verla tan consternada decidió sacarla del bosque de los sueños, pero ya se había hecho muy tarde y la llevo hasta su cama mágica para así protegerla de las hadas nocturnas de aquel bosque.

Miguel había descubierto algo que no existía en su planeta, era un sentimiento que nada podía explicar, un torbellino de contradicciones que podían confundir hasta al más sabio de los árboles, una profunda ansiedad como preludio de felicidad, un vacío que se llenaba y luego se volvía a vaciar y así constantemente, un extraño magnetismo que hipnotizaba cada uno de los poros de su piel y los conducían irremediablemente hacia ella. Ante la fuerza de tal descubrimiento, no pudo más que con un abrazo tierno y profundo y en un soplo de susurros, decirle todo cuanto sentía.

Pero ella ya se había ocultado en su refugio y aunque no lanzaba al corazón de él, aquellas flechitas envenenadas, lograba eludir todos los intentos de Miguel por hacer que saliera de su escondite.
Aquella contienda duró toda la noche, Miguel concentró todas sus fuerzas para convocar a Rosita a un lugar sin muros y sin temores, y le hablo tiernamente esperando ahuyentar los miedos que la hacían  mantenerse oculta en su refugio:

-Sólo te ofrezco, Rosita, todo mi mundo, que aunque desconocido e inexplorado, es hermoso y en él, podremos construir todas las utopías que soñamos.

Pero ella eludió hábilmente aquel ataque:

-Miguel, mi paso por tu planeta es sólo una de las paradas de mi viaje y las bellezas que aquí hay y todo lo que he compartido contigo, es sólo una de las partes de mi vida, debo seguir mi vuelo para así conseguir las otras partes que me faltan.

Él comprendió su situación, pero aún así, hizo un último y desesperado intento:

-Sí, lo sé, te has convertido en un cometa que cual tierna abejita, pasas por todos los planetas recogiendo todo lo dulce que hay en nosotros. Pero yo más que brindarte lo dulce que hay en mi planeta, quiero compartir contigo, la aventura de construir nuestros anhelos, quiero saberte compañera de mis sueños, pero no apresar tu vuelo pues es tu libertad la que me embriaga. Quiero, también, compartir tus vuelos, tus temores y tus sombras, aunque sé que en el fondo no es eso lo que buscas o si lo buscas, no es a mi lado.
Es tu vuelo goce individual y si lo compartes, crees que el peso de mis sueños no te dejarán alzar el vuelo, aún  así, quiero proponerte que dejes viajar mi recuerdo de pasajero en tu alma.

Pero ella no cedió, pues temía perder la libertad que le proporcionaba ser un cometa y no conocía otra forma de ser libre:

Miguel, un cometa es tal por su vuelo solitario, para viajar con tu recuerdo en mi alma deberé dejar de ser cometa.

Y Miguel al ver perdida la batalla, cayó rendido, ya desfallecido por tanta y tan feroz lucha.

Al despertar ya se encontraba solo, aquel cometa se había marchado y algo muy dentro de él, sabía que tardaría mucho tiempo en volverla a ver, y absorto en su tristeza, se internó en el bosque de los sueños para recordarla.

Y allá a lo lejos, donde la última constelación apenas brilla, en esas noches de luna llena, logro ver a aquel sistema penta-planetario que ahora tiene un pequeño cometa, que va cual laboriosa abejita, de planeta en planeta llevando y trayendo cosas lindas y maravillosas.

Pero en uno de esos planetas, el cometa suele pasar muy de prisa y a veces suele no detenerse, es en el tercer planeta, cuyo pequeño gobernante, ya casi no sale de su encierro en el bosque de los sueños, sólo se le ve cuando se cumple el ciclo de visita del cometa, es entonces cuando coloca, en un lugar bastante alto, todas las cosas bellas que ha recolectado para ella, entonces para no ahuyentarla, se oculta y desde allí la ve llegar a recoger todo lo que él le ha traído. Y con los ojos llenos de nostalgia por aquellos días en que jugaban y reían felices, Miguel sueña con el día en que Rosita logre derribar los muros de sus temores, para que así puedan volver a encontrarse en la hermosa aventura que es la vida.

Supongo que si esto no pasa, él terminará enamorándose de alguna de las hadas de su bosque y entonces volverá a saltar feliz haciendo nuevas aventuras.

Mientras tanto, desde el espacio se puede ver un mensaje escrito en la superficie del tercer planeta:

“Sólo me queda el sueño de tenerte y un bosque para soñarte”
              Miguel. 
 

LIBÉRATE DE TU ÓRBITA Y PERNOCTA PARA SIEMPRE 

EN MI BOSQUE DE SUEÑOS...

Una tal guerrilla





Capítulo l
La retirada (27-11-92)



Era la tercera noche de vigilia, el cansancio y la tensión invadían el ánimo de aquel grupo improvisado, desgastado al límite de tanto esperar en vano. Una sensación de ridículo invadía el ambiente revelando el absurdo de aquella situación, de aquella caricatura dibujada con el desdén de quien no cree en lo que hace. Pero había serios indicios de que esa madrugada sí iba a ser, todos los elementos habían confluido, sólo faltaba la señal definitiva; cada vez que oían acercarse un camión todos se emocionaban; por fin terminaría aquella larga espera. Aunque sabían todo lo que aquello implicaba; tal vez nunca más volverían a verse; un miedo les recorría la nuca y se les alojaba en el estómago haciendo una presión en los esfínteres que costaba dominar.

Comenzaba a amanecer y no había señales del camión. Apenas podían verse con la escasa luz de aquella aurora aún incipiente; la llegada del sol auguraba una nueva decepción; pensaban que se trataba de otra falsa alarma, tal vez todo aquello era una mentira, una treta para saber quiénes estaban involucrados en aquella conspiración.

La rabia y la frustración se  apoderaba del ánimo colectivo: “hasta cuando vamos a seguir en esto, metidos en un monte esperando un dichoso camión que nunca llega”, “alguien debe estar muriéndose de la risa, burlándose de nosotros”, “todas estas picadas de mosquitos y gracias a dios que no nos hemos encontrado una culebra”.

Alguien llegó con noticias: “el camión con las armas no viene (“vaya novedad”; pensó uno de ellos) pero todos tienen que dirigirse al centro de la ciudad, la cosa está difícil, los militares de la guarnición no están del todo convencidos; hay que agitar a la gente, convocar una gran concentración para que ellos accedan a darnos apoyo, el gobierno está casi caído, pero tenemos que generar un clima de insurrección popular para que acabe de caer de una vez por todas”.

Antes de irse discutieron si permanecían uniformados o se cambiaban a ropa civil, hicieron esto último y establecieron un plan de retirada alternativo (el plan de retirada oficial se parecía mucho a la larga marcha de Mao Tse Tung), se subieron al primer microbús que pasó y dieron un discurso insurreccional sin darse cuenta que venían varios policías de pasajeros, pero estos no hicieron nada, la situación era muy incierta, estaban pasando un video por la televisora estatal con un mensaje a favor de la insurrección, no cabía duda: aquel era el día que tanto habían estado esperando.




Al llegar al centro de aquella ciudad, se encontraron con los miembros de otra organización que también estaba involucrada en la insurrección, decidieron unir esfuerzos y abordaron el vehículo de los nuevos aliados, aunque estos eran un poco alocados; conservaban sus uniformes militares aunque no estaban armados (un blanco perfecto) aún así decidieron continuar trabajando junto a ellos.

Recorrieron todas las calles de aquella ciudad que, aunque capital de estado, no tenía mucho de lo que debía tener cualquier metrópoli de provincia. Trataban de agitar a la gente con consignas y proclamas, pero nada ocurría, la gente no se sumaba a la insurrección y poco a poco los organismos represivos comenzaban a activarse. Para colmo, aquel pequeño grupo de subversivos había perdido contacto con sus mandos inmediatos: todo era muy confuso.

De pronto se encontraron frente a frente con una patrulla repleta de policías, ambos vehículos frenaron de forma estrepitosa (los enfrentamientos en la capital del país habían sido muy sangrientos) los policías esperaban ser acribillados por el poder de fuego de aquellos militares rebeldes, pero después de unos atormentadamente largos segundos, se dieron cuenta que ni eran militares ni tenían poder de fuego alguno.

El conductor de la camioneta donde viajaban los subversivos, se quedó paralizado, pensó: “es el fin, son muchos policías y nosotros no tenemos ni un cortauñas, estamos acabados”.

Todos le gritaban que arrancara, hasta que  lograron traerlo de vuelta, arrancó violentamente la camioneta, pero ya los policías habían reaccionado abriendo fuego a mansalva.

Era una camioneta ranchera del año ochenta, prestada por un simpatizante que hacía vida pública en aquella ciudad y que ahora tendría que denunciar el robo de su camioneta o quedar involucrado en aquella fallida insurrección.

Sentado en la compuerta de atrás, uno de los subversivos vio como caían los compañeros que estaban sentados junto a él; primero vio caer el que estaba sentado a su izquierda y luego el que estaba sentado a su derecha, al verlos caer enlazó su brazo en la parrilla que estaba en el techo, para que su cuerpo no quedara en la carretera si llegaba a alcanzarle alguno de aquellos disparos y bajó la cabeza para minimizar la posibilidad de ser alcanzado por una bala, cerró los ojos  fuertemente y permaneció sentado en la compuerta esperando sentir los impactos de bala en su cuerpo, aunque un amigo le había dicho que al principio no se sentía nada.

Lograron escapar a toda velocidad, pero cuando los disparos habían cesado, se oyeron los gritos desesperados de uno de los que estuvo sentado en la compuerta y que ahora guindaba de la parrilla del techo, del lado del copiloto; era uno de los que se creía muerto, pero había podido saltar a un lado de la camioneta y allí permaneció guindando hasta que se acabaron los disparos, ahora gritaba desesperadamente para que se detuvieran, el que había permanecido sentado en la compuerta, lo tomó por la muñeca mientras lograban detener el vehículo, pero el chofer estaba otra vez en trance y la camioneta se desplazaba peligrosamente cerca de los carros que estaban estacionados de lado y lado y el cuerpo del que permanecía guindando rozaba los espejos retrovisores como preludio de un desastre, hasta que por fin hicieron reaccionar al chofer y se detuvo el vehículo.

Luego de un breve ataque de histeria colectivo, reemprendieron la huída; nadie sabía qué hacer, no se lograba reestablecer contacto con los mandos, así que decidieron aplicar el plan alternativo de retirada.

Llegaron al lugar indicado allí chequearon que todos estuvieran bien (el otro compañero que había estado sentado en la parte izquierda de la compuerta, se había lanzado dentro de la camioneta al oír los primeros disparos).

Mientras que dos de ellos desaparecían el vehículo, los otros se desplazaron  hacia el punto de concentración.

A duras penas lograron deshacerse del vehículo; había alcabalas por todos lados y todas tenían los datos de aquella camioneta. Luego, una vez concentrados todos, comenzaron la retirada; no les quedó otro remedio que irse por un río contaminado que rodeaba la zona y por el cual podrían llegar a una casa de seguridad, además la vegetación de la rivera serviría para ocultarles del reconocimiento aéreo.

La corriente de aquel río era muy fuerte, varios de ellos fueron arrastrados, pero lograron salvarse debido a la poca profundidad de aquellas aguas exageradamente malolientes, el que fungía como responsable de la retirada, dejó al resto del grupo en un lugar aislado y salió al caserío a establecer contacto, pero se encontró con un gran remanso en el río que prometía ser muy profundo, lo que le impediría cruzar. Después de pensarlo un poco, se dispuso a nadar en aquellas turbias y pestilentes aguas; se lanzó y al dar la primera brazada, su mano tocó la arena del fondo, se incorporó y terminó de cruzar caminando (pensó que la próxima vez usaría una vara para medir la profundidad) llegó a la casa de seguridad y coordinó todo lo concerniente a la comida y al cambio de vestimenta para comenzar la evacuación.

Nadie salía de sus casas y una patrulla de la policía política rondaba insistentemente la única calle de aquel caserío.

Mientras tanto, en el grupo que estaba oculto en las orillas del río se generó un segundo ataque de histeria; en el seno del grupo de la camioneta, una chica vestida de militar decidió que ya nada le importaba y que se iba, trataron de convencerla del peligro que aquello representaba para todo el grupo, pero presa de aquel ataque de pánico, no entendió razones.

La patrulla comenzaba a desaparecer en la curva, el responsable de la retirada, la miraba alejarse por la rendija de la puerta, para saber cuando salir.
De pronto salió del monte una mujer vestida de militar y comenzó a cruzar el patio de una casa en dirección a la carretera, el responsable de la retirada, se espantó al verla  y volteó inmediatamente a ver a la patrulla, que en ese mismo instante frenaba, pero sólo para tomar la curva.

Al ver que la patrulla ya se había marchado, salió corriendo hasta la mujer vestida de militar y la llevó corriendo hasta dentro de la casa, después de otro ataque de histeria lograron calmarla y decidieron darle prioridad de evacuación al grupo de la camioneta (era lo más seguro).

Capítulo ll
Clandestino

Llegaron los rumores de que había sido identificado parcialmente el cabecilla del grupo subversivo que había logrado huir en una camioneta ranchera, sabían que no era de la zona por el acento con que había dado el discurso en el micro bus, además se sabía que usaba bigote y corte militar.

Ningún lugar era seguro, se afeitó el bigote y salió en ropa deportiva y gorra, logró atravesar varios puntos de control, gracias a que sin bigote tenía cara de niño, pidió ayuda a unos parientes, quienes lo ocultaron por un tiempo.

Por fin logró hacer contacto con los mandos, había una nueva misión: crear Unidades Tácticas para llevar a cabo acciones de recuperación financiera (robar bancos) y  actividades de sabotaje y desestabilización del régimen que aún se tambaleaba.

En la reunión preparatoria, se volvió a encontrar con el grupo de la camioneta (esto le preocupó un poco), la idea era enviar a algunos de ellos a hacer un curso operativo en los destacamentos de un frente guerrillero que era mantenido por la organización a la que pertenecían los chicos de la camioneta.

Él fue elegido conjuntamente con uno de los chicos de la camioneta, para ser enviados al oriente del país donde operaban estos destacamentos.

Se sentía un poco extraño, hasta donde él sabía, hacía tiempo que no existían grupos guerrilleros en el país, así que no tenía idea de adónde lo iban a llevar, aún así decidió ir.

Aunque en todos los lugares donde llegaban a hacer los trasbordos les daban un trato excelente, no podían dejar de percibir una atmósfera harapienta y derruida; había  demasiado desgaste en el ambiente, como de gente cansada de perder y esconderse, como de ganas de volver a ser alguien “normal”, como si estuvieran cautivos por la misma organización que trataba de liberarlos.

Por fin llegaron al pie de la montaña, ya no había vuelta atrás.








Capitulo lll
La montaña no es más que la necesidad de no haber llegado tarde.

Comenzaron a caminar, nadie decía nada, los habitantes de los caseríos los miraban con recelo, se sentía extraño no tener ningún control de la situación y no confiar en quien le estaba guiando.

El paisaje era impresionante, manantiales por doquier y aquella tupida vegetación que  ocultaba y protegía (allí nadie iría a buscarles).

Después de tener que tomar tantas precauciones en la ciudad, de estar pendiente si los seguían, si los miraban mucho, de andar en grupos separados, después de sentir que todo el aparato represivo del estado estaba tras de sí, el estar en aquel lugar tan apartado, tan solo, tan hermoso, le hacía experimentar una sensación de libertad y de armonía que lo llevaba idealizar todo aquello; sentía como si en cualquier momento se iba a encontrar con el Che o con Camilo, parecía como si todo pudiera ser posible. Estaba en la Guerrilla, quién lo diría: “ ¡ja…! Y aquella partida de habladores de paja allá en la ciudad, de reunión en reunión y esta gente aquí echándole dándolo todo”.

Llegaron de noche, su llegada coincidió con la celebración de una reunión general de la comisión militar de aquella organización, se respiraba un ambiente de cordialidad, había gente que no se había visto desde hacía mucho, había muchas historias que contar y también el luto por los caídos.

Por su experiencia en el ejército fue colocado de una vez en un puesto de combate en la vanguardia de aquel campamento, le fue entregado uniforme y armamento (esta vez no tuvo que esperar a ningún camión). El curso operativo comenzaría luego del pleno militar que se estaba dando en aquel momento, había venido gente de todo el país, llamaba la atención la presencia de algunas mujeres, muy bonitas, por demás, ejerciendo cargos de comandancia en equipos elites.

Aquel frente guerrillero estaba compuesto por dos destacamentos rurales y uno urbano, los rurales estaban ubicados uno en la montaña y otro en el llano, donde operaba financiado por “aportes” de los ganaderos ricos de aquellas zonas.

Del destacamento urbano se sabía muy poco, allí estaban los jefes de la comisión militar, así que no era un destacamento operativo, al igual que el destacamento de la montaña, pues este era un destacamento escuela, allí se formaban los grupos operativos que aportaban las finanzas de aquella organización.

Terminado el pleno de la comisión militar, el campamento quedó casi vacío, solo quedaban alrededor de doce personas: el comandante, el jefe de seguridad, que a la vez comandaba la vanguardia, el logístico, el jefe de la retaguardia, el instructor, dos oficiales, la esposa de uno de ellos, dos combatientes y los dos pasantes que habían subido a hacer el curso para conformar las Unidades Tácticas.
Aquello resultó un poco desmoralizante, después de ver a tanta gente, ahora el campamento parecía un pueblo fantasma, solo la nostalgia llenaba los lugares vacíos.

La orden de cambiar de campamento rompió con aquella inercia, pronto todos participaban en las labores de camuflaje y ocultamiento de aquel campamento, había que desplazarse a otro lugar como regla de seguridad; si alguno de los que habían bajado era apresado o era un doble agente, no podrían dar luego con el paradero de aquel destacamento, así que todo fue rápido y en silencio.

Capítulo lV
El entrenamiento

La primera clase fue cómo armar un campamento, el trabajo pesado comenzaba a develar un extraño comportamiento en los jefes de aquel destacamento escuela: a excepción del jefe de la retaguardia, los jefes no movían un dedo en la construcción del nuevo campamento, pero los pasantes decidieron no prejuiciarse por esto y prosiguieron con entusiasmo su labor.

Al siguiente día de estar listo el nuevo campamento, comenzó el curso operativo; el entrenamiento físico estuvo muy bien, podía observarse que el instructor sabía lo que hacía, luego los movimientos en combates, las emboscada y las contraemboscadas, el asalto y la defensa del campamento, evasión de ángulo de tiro, técnicas de desarme, manejo de armamento y tiro al blanco, toma de objetivos y golpes de mano, pero por ningún lado se vislumbraba el entrenamiento pertinente para el desenvolvimiento en escenarios urbanos, lo que preocupó un poco más a los pasantes.

Al mes de haber comenzado el curso, el instructor recibió órdenes de desplazarse a otro lugar en absoluto secreto, no se sabía qué iba a pasar con el curso, por unas semanas este quedó suspendido y los pasantes empezaron a cumplir labores normales de combatientes.

Al cabo de un tiempo, se decidió que por la experiencia que había tenido uno de los pasantes en el ejército regular, este pasaría a ser el instructor provisional hasta el regreso del instructor oficial.

Al nuevo instructor no dejo de hacerle gracia tal situación; “vengo a recibir un curso y termino de instructor, vaya guerrilla esta”.

Pero esa no era la única incongruencia, el trato que se les daba a los combatientes y oficiales de bajo rango por parte de la plana mayor de aquel destacamento, era bastante desagradable y contrastaba con el trato que se le daba al comandante (dietas especiales, masajes, etc.) es decir, servilismo para el comandante y despotismo para los subalternos, parecía un caso típico de “más de lo mismo”.

Un día se encomendó a los pasantes, presentar una obra de teatro para ser presentada en un encuentro con “las masas” campesinas que poblaban la zona. La obra se basó en un sirviente que aleccionaba a su patrón, haciéndole entender lo injusto de la explotación de unos por otros y la necesidad de luchar contra eso.

A los invitados les gustó mucho la obra, pero al comandante y a sus adjuntos no les hizo mucha gracia, que el “burgués” se hubiera arrepentido y se sumara a la lucha (eso era imposible), así que interpelaron a los autores de semejante desviación ideológica.

A los pasantes les pareció una parodia de mal gusto, aquel intento de inquisición ideológica, pero en el fondo sabían  que aquello no daba para más, así que balbucearon dos o tres excusas y se retiraron de aquel intento de tribunal.

Parecía que todo tenía que ver con las constantes críticas que los pasantes venían haciendo con respecto a los maltratos que sufrían los subalternos a manos del jefe de seguridad y del logístico, y  de los privilegios de los que gozaba el comandante (el caso típico de mas de lo mismo se volvía un caso crónico).

Pero esto no amedrentó a los pasantes y poco a poco fueron convenciendo a los combatientes de bajo rango, de que aquellos malos tratos no tenían nada que ver con la ética de un revolucionario, que debían exigir que cesaran tales tratos y se les diera el merecido respeto.

La presión contra el comportamiento extraño del comandante y sus adjuntos, llegó a tal punto que decidieron hacer una reunión para resolver el asunto, pero a esta reunión no permitieron asistir los pasantes, pues no eran parte del destacamento (el caso típico de más de lo mismo, se volvió un caso patético).

Durante algún tiempo, cesaron los malos tratos y se democratizo un poco el sistema de distribución de los alimentos y otros insumos.

Llegó la hora de volver a la ciudad, pero esto ya no tenía mucho sentido para el pasante que hacía de instructor provisional; la conformación de las Unidades Tácticas, había sido suspendida: el frente amplio que las iba a dirigir, se había disuelto (las históricas contradicciones que existían entre las distintas organizaciones de izquierdas fue más fuerte que la necesaria unidad para lograr la victoria) así que decidió quedarse; total ya nada le ataba a la ciudad. Se despidió del otro pasante y lo vio desaparecer en la espesa vegetación que les servía de abrigo.

La vida en el campamento sin su amigo, con el cual compartía el mismo enfoque de las cosas y con quien había hecho frente común para combatir las incongruencias de aquel destacamento guerrillero, le resultaba muy fría, pues los combatientes habían recibido instrucciones de mantener cierta distancia, puesto que en la última reunión se había determinado que este pasante era un poco conflictivo.






Capítulo V
Las primeras misiones

Poco a poco se fueron restableciendo los malos tratos y los privilegios, el jefe de seguridad intentaba ocultar sus limitaciones tratando de parecer alguien severo y autoritario, pero no tenía el carácter suficiente para sostener tal actitud, así que para todos no era más que una caricatura de jefe y a sus espaldas hacían bromas sobre él.

Una vez se le encomendó conseguir una cámara de video para grabar un mensaje de la guerrilla a la población en general.

Se armó el equipo que iba a participar en la misión de expropiación: irían el jefe de la retaguardia (que era baquiano en toda esa serranía) el primer hombre de la vanguardia y el instructor provisional, todos ellos comandados por el jefe de seguridad.  El plan era muy sencillo: llegar hasta un parador turístico que se encontraba en la zona y despojar de su cámara al primer infortunado que apareciera con una.

Luego de una larga caminata, llegaron al sitio, aseguraron el perímetro y primer hombre de la vanguardia y el jefe de seguridad fueron a realizar la expropiación.

Lo demás fue una exquisita función de comedia impresionista, ninguno de los que permanecían ocultos asegurando el perímetro, podía dejar de reír al ver al jefe de seguridad aproximarse sigilosamente a su victima que, descuidada, ni siquiera imaginaba lo que estaba por pasarle, pero cuando esta supuesta víctima, hacía el menor gesto de voltear, el victimario daba un salto y se escondía.

Por tal razón la misión no pudo completarse, pero eso no mermó el ánimo de aquel infeliz equipo de expropiación, así que decidieron hacerse entrevistas con una cámara imaginaria durante el camino de regreso, el único que no accedió a dar una entrevista fue el malogrado comandante de aquel escuadrón chiflado.

En otra ocasión la capacidad (¿?) de mando del jefe de seguridad y segundo comandante del destacamento, se vio de nuevo resaltada. Esta vez había que recuperar unas armas robadas por unos bandoleros que habitaban en un caserío cercano a uno de los depósitos de armas del destacamento.

Para desdicha del jefe de seguridad se armó el mismo equipo que lo había acompañado la última vez. La marcha fue forzada, había que llegar antes de que los bandoleros abandonaran la zona, de lo contrario se haría imposible recuperar las armas.

Llegaron al sitio, revisaron el depósito y constataron el robo, fueron donde el informante y este les dio las señas de los culpables, decidieron actuar de inmediato. Al llegar a la casa de los ladrones, el jefe de seguridad pretendía ir a conversar con los autores de robo; todos se vieron a la cara y no le pusieron objeción alguna, pero era tácito que había que rodear el objetivo para evitar la fuga y repeler una eventual respuesta armada.

Al ver el despliegue del equipo de recuperación, la mayoría de los bandoleros se rindieron y los que decidieron escapar, fueron atrapados en el acto.

El jefe de seguridad se molestó mucho porque él no había ordenado ningún despliegue, todos le siguieron la corriente menos el instructor provisional, quien le dijo que era un inepto y que debía agradecer que si no se hubieran desplegado de seguro que a él le hubieran desplegado un tiro.

El incidente no pasó de allí, pues el grupo fue informado que una columna del ejercito estaba en la zona; no había tiempo que perder tenían que evacuar la zona, tenían puras armas cortas y  de las armas recuperadas, las de largo alcance estaban desarmadas.

El jefe de la retaguardia ideó un plan de huída y asumió el mando del escuadrón ante el nerviosismo que se apoderó del jefe de seguridad.

Al principio se refugiaron en una zona alta protegida por rocas, desde allí podrían resistir un eventual ataque. Mientras esperaban, el instructor provisional comenzó a armar unas de las armas largas que habían recuperado (era la única que tenía cartuchos) pero el jefe de seguridad le reclamó que nadie le había dado tal orden. Hizo caso omiso a aquel manojo de nervios y pudo ensamblar un M-1 que tenía 14 cartuchos (por lo menos serviría para contener el avance de la columna del ejercito mientras el resto del equipo se retiraba).

Gracias al conocimiento que el jefe de la retaguardia tenía de la zona, lograron evadir cualquier contacto con el ejercito, pero el peligro aún no había desaparecido, los bandoleros informaron al ejercito sobre la ubicación del grupo subversivo y estos reemprendieron la búsqueda, esta vez confiados de conocer la cantidad de elementos que integraban el escuadrón de subversivos y su escaso poder de fuego.

La situación era desesperada, el encuentro con la columna del ejercito era inminente, sólo que ninguno de los guerrilleros lo sabía, pero el jefe de la retaguardia era un zorro viejo e intuía que el peligro no había pasado, sabía que tenían que salir de la zona lo más pronto posible y que debían hacerlo por el camino menos pensado.

Tomaron por una colina bastante escarpada, el ascenso era imposibilitado por una superficie blanda que se deslizaba al ser pisada; había que dar tres pasos para avanzar apenas unos centímetros, pero tenían que hacerlo, no había otra salida.

El ascenso fue en extremo difícil, pero lo que lo complicó aún más, fue la actitud del jefe de seguridad, que estaba prácticamente a punto de llorar y los nervios no le dejaban sino balbucear que estaban perdidos y que serían capturados.

Por fin coronaron la cima, la columna del ejercito había quedado atrás. El paisaje que se abrió ante sus ojos borró todos los rastros de la angustiosa huída, había que estar loco para pasar de un subversivo en fuga a un ecoturista fascinado, pero aquel maravilloso paisaje lo ameritaba.

Lograron ubicarse y reemprendieron la marcha, el peso de los sacos con las armas recuperadas comenzaba a hacer mella en sus piernas, la adrenalina de la huída ya no era suficiente, simplemente las piernas no respondían.

Ya en la noche llegaron al nuevo depósito donde guardarían las armas recuperadas, sólo el jefe de la retaguardia tuvo acceso al lugar, el resto permaneció en un lugar apartado mientras se guardaban las armas.

Cerca del amanecer, llegaron a la choza de un conuco en la zona donde deberían ser extraídos para ser llevados al nuevo campamento, ya que el resto del destacamento se había movilizado por razones de seguridad. Aquel era un conuco de maíz de un campesino simpatizante de la guerrilla, así que por los momentos estarían seguros y podrían descansar.

Pasaron muchos días, el jefe de seguridad se había adelantado para coordinar la extracción, pero esta se estaba tardando demasiado y las reservas de alimentos comenzaban a tocar fondo.

Decidieron comenzar a combinar los víveres que les quedaban con el maíz del conuco, prepararon verdaderos manjares alternativos: arroz, jojoto y sardina; sardina, jojoto y pasta; arepa, jojoto y mantequilla, jojoto sancochado, jojoto asado, cachapas, etc, etc, etc…

Cuando ya estaban sopesando entre ir a combatir al ejercito o seguir con aquella terrible dieta, apareció por fin el enlace. Estaban demolidos, entre la fuga, el peso de las armas y los jojotos, se había mermado al extremo su capacidad de aguante.

Abordaron el vehículo que los sacaría de la zona y llevaría cerca del nuevo campamento, tenían que pasar por varios puestos de control, así que debían parecer lo más normales posibles (mientras no les mostraran un jojoto de seguro lo conseguirían).

Llegaron al primer puesto de control, todas las armas fueron ocultadas, cuando ya se aproximaban a la zona más iluminada del puesto de control, el instructor provisional se percató que en su bolsillo derecho había una media con treinta cartuchos calibre 38, no lo dijo a nadie, trató de parecer lo más normal posible (recordó las veces que había pasado por situaciones parecidas) aún así, su apariencia era muy sospechosa, sabía que esto podría inclinar la balanza en su contra, se lamentó por sus amigos (después de lo que hemos pasado venir a caer tan tontamente).

El guardia se fijó en ellos, era extraño tantos hombres en un solo vehículo, los escudriñó con más detenimiento, hasta que llamó a otro guardia para que lo relevara y les hizo una seña para que se dieran prisa en pasar.





Capitulo VI
Elegía para una estrella

Todos en el campamento estaban ansiosos, faltaba un día para enviar el correo y todos corrían de un lado a otro buscando papel y lápiz para poder escribirle.

Al instructor provisional le intrigó aquel personaje que lograba generar tal alboroto en el campamento y comenzó a investigar de quién se trataba; poco a poco fue develando el misterio: se trataba de una pasante que subía en la temporada de vacaciones y que tenía a todos cautivados.

Se puso a indagar cómo era aquella pasante y poco a poco fue recreando su imagen, de pronto se le ocurrió enviarle él también una carta, pero no sabía si esto le sería permitido, por lo que consultó con los responsables del correo y estos le autorizaron a escribir la carta.

No se le ocurría qué decirle a aquella desconocida destinataria, hasta que una luz se encendió en su cabeza: le describiría la imagen que había construido con los relatos que sus compañeros hacían de ella, cómo lograba percibirla aún sin conocerla y cuán agradable era la sensación de estar con su imaginaria presencia.

Quiso enviarle uno de los poemas que había escrito allá en la montaña, pero se dio cuenta que ninguno era apropiado para aquella ocasión, además ya le parecía demasiado atrevimiento escribirle a alguien que ni lo conocía, así que decidió dejarlo hasta allí.

El correo era revisado por el jefe de seguridad para evitar fugas de información, así como delaciones o comentarios imprudentes sobre la seguridad del campamento, en otras palabras no había privacidad en lo que se enviaba o recibía, pero si se quería tener algún contacto con un ser querido o alguien a quien le interesara enviarle algo, ese era el precio.

Por aquel tiempo la actividad en el campamento, comprendía los preparativos para recibir a los pasantes que aprovechaban las vacaciones para hacer cursos de combatientes: la plaza, la cancha de prácticas y los guindes.

Volvió a llegar el día de correo, un vacío se apoderó de su pecho: ¿habrá alguna respuesta a su carta? Y si la hubo ¿cómo sería esta?

La respuesta no tardó en llegar; entre las líneas de aquella carta, se podía percibir una fascinación, un encuentro, un interés, una curiosa atracción y él compartía todas aquellas sensaciones que le llenaban de una alegría inusitada.

De inmediato se puso a escribir su próxima carta, para esta ya había escrito un poema que sí la reflejaba a ella y aunque le confesó que era algo injusto, le propuso un canje de poemas por libros: él le enviaría poemas y ella libros (allá arriba no había nada que leer) el primer libro que le pidió fue la antología popular de un poeta de la zona.

El entusiasmo que ambos ponían en cada una de las cartas que se escribían había alertado al jefe de seguridad, pues la pasante a quien le eran enviadas las cartas, era la compañera del instructor oficial y se consideraba una falta grave que un combatiente cortejara a la compañera de otro, pero en el fondo el verdadero problema era que el jefe de seguridad había puesto los ojos en aquella pasante y estando ausente el instructor oficial, no podía permitir que le surgiera otra competencia, menos aún después de todas las maniobras que había hecho para quedarse solo con ella.

Comenzaron a llegar los pasantes; provenían de varias universidades de todo el país, no eran muchos, pero tenían un entusiasmo que se contagiaba, el instructor provisional recordó su primer día en la guerrilla y pensó que esos pobres muchachos también habían idealizado a aquella guerrilla cuyo mayor mérito militar, era un alto al fuego técnico por falta de combatientes, pertrechos, línea de acción, etc., etc., etc...

Una noche por fin llegó ella: imponente, segura de sí misma; arrollaba con su cabellera a cualquier indiferencia fingida, preguntó por él, pero recién había regresado de una extraña misión de reconocimiento ordenada por el jefe de seguridad y se le permitió acostarse temprano.

Él estaba despierto, la oyó llegar y preguntar por él, su voz lo aturdió; había en ella una intensidad que prometía arrasar con cualquier espíritu inseguro, así que se hizo el dormido (“cuando el enemigo ataca retírate”).

 Al día siguiente también trató de evadirla, pero ella estaba decidida a ir a su encuentro, este por fin se dio; al verse abordado por ella, se turbó un poco, pero mantuvo la compostura: era la primera vez que contemplaba su rostro, su cuerpo y esos ojos a través de los cuales, era imposible cualquier intento de ocultar algo, eso sin tomar en cuenta que todo lo compartido en las cartas lo hacía sentirse desnudo ante ella.

Sus expectativas sobre aquel encuentro con ella, quedaron  destruidas con sus primeras palabras, pues el primer sonido de su voz ante su voz, fue un reclamo: el jefe de seguridad le había informado a aquella pasante, que él había estado esparciendo el rumor que entre ellos estaba ocurriendo algo, él no pudo defenderse de aquellas acusaciones, pues aunque no había hecho ningún comentario al respecto, sí era cierto entre ellos estaba ocurriendo algo, aunque ella estuviera decidida a negarlo.

No hizo ninguna defensa por aquellas acusaciones, pensó que si ella no era capaz de discriminar entre la verdad de lo compartido en las cartas y las calumnias que el jefe de seguridad haciendo en su contra, entonces no valía la pena rescatar nada de lo que había tratado de entregarle, sólo se retiró en silencio y escribió un poema dedicado a aquel infeliz incidente.


Capítulo VlI
¿y qué hacemos aquí?

Comenzó el período de entrenamientos y con él, se acentuaron las diferencias entre el instructor provisional y la comandancia  de aquel destacamento.

El instructor se preguntaba ¿cuál era la visión revolucionaria de lo militar?, ¿en qué se debería diferenciar del enfoque burgués?, ¿cuál era la nueva ética que se debía desarrollar?, ¿sería el maquiavelismo un paradigma insuperable?, ¿cuál era el verdadero papel de una organización subversiva en aquellos momentos en que las fuerzas armadas regulares habían demostrado que estaban del lado del pueblo?.

La respuesta fue un profundo silencio, la mayoría de quienes ejercían puestos de mando en aquella organización, sólo sabían repetir patrones, no había la capacidad de reflexión suficiente como para trascender aquella repetición absurda de todos los errores históricos que los había condenado al fracaso por tanto tiempo.

El instructor provisional, entendió que cualquier enfoque alternativo tenía que ser discutido en secreto (debía pasar a la clandestinidad en una organización clandestina) y así lo hizo: luego de las prácticas se reunía con todos los pasantes y realizaban jornadas de reflexión, donde se discutía la pertinencia de los grupos armados y el papel que  estos deberían jugar en aquella coyuntura del país, donde los militares estaban asumiendo posturas revolucionarias.

Muchas veces optaron por abandonar los ejercicios militares para abordar aquellas apasionantes discusiones; planteamientos como la pertinencia de una escuela de insurrección popular que diera a las comunidades las herramientas necesarias para ejercer control en sus zonas y resistir por un determinado tiempo las arremetidas de los cuerpos represivos del estado, eran de los más discutidos, así como la necesidad de emprender experiencias productivas que dieran respuestas a la situación de miseria que se vivía producto de la aplicación de las políticas económicas de Fondo Monetario Internacional.

En la práctica se habían convertido en un espacio de auto formación de nuevos actores políticos (y militares), estaban desarrollando tesis de construcción de redes populares que implementaran procesos integrales de participación, dando respuesta no sólo a los aspectos meramente políticos, sino a  todo lo concerniente a la generación de condiciones materiales necesarias para conformar redes autogestionarias, como el tejido social de un contrapoder que sirviera de punto de partida en la construcción de una nueva sociedad.

Ella no participaba en aquellas discusiones, su cercanía con el jefe de seguridad no la hacía del todo confiable y después de la última conversación que habían tenido, el instructor prefería mantenerse a cierta distancia.  Pero poco a poco se iba aclarando aquella situación de los comentarios inventados por el jefe de seguridad, pues el acoso del jefe de seguridad hacia ella, se hacía cada vez más evidente y cada vez la confundía más aquella situación.

Un día la pasante de las cartas, decidió hablar con el instructor provisional para tratar de arreglar las cosas.  Él ya no estaba interesado en hablar con ella, pero ante su insistencia accedió sólo a leerle algo que había escrito hacía poco (era el poema sobre aquel triste incidente donde ella lo acusó de estar haciendo falsos comentarios  sobre ella) al oírlo no supo que decir; los ojos se le poblaron de lágrimas y entendió que había caído en un engaño.

Luego de ese incidente se hicieron muy amigos y ella comenzó a participar en las discusiones clandestinas.

Dentro del grupo de pasantes, habían quienes no compartían los métodos  de horizontalismo crítico del instructor provisional, ellos preferían seguir la línea del partido, pero cuando les preguntaron cuál era esa línea, no supieron qué responder y se retiraron contrariados por no saber a ciencia cierta qué decir.

La comandancia del destacamento fue informada de las actividades irregulares del instructor provisional (ahora no sólo participaban los pasantes en las discusiones, sino que también lo hacían algunos de los combatientes y oficiales de bajo grado).

Fue convocada una reunión de emergencia, el alto mando se congregó para estudiar las implicaciones del los métodos desviacionistas del instructor provisional; estaba en juego la estructura de mando, la disciplina y la moral de los combatientes, así como la formación de los nuevos cuadros militares.

Fue convocado el instructor provisional, se le informó que aquello era una junta disciplinaria, puesto que él había incurrido en faltas graves en contra de esa organización, al sembrar el desviacionismo ideológico en el seno de sus integrantes.

Pensó por un momento las posibles implicaciones de aquellas absurdas acusaciones, a Roque Dalton ( salvando las distancias) lo habían fusilado por menos de eso y ahora tanto el comandante del destacamento, así como el jefe de seguridad, tenían argumentos (según ellos válidos) para tomar acciones contra él.

Aún así, sus palabras fueron claras: no es un revolucionario quien no busca ser un ser integral y la integralidad sólo se consigue desde la autonomía, desde el aprender a aprender, desde la erradicación de los esquemas de dominación y control y su transformación en sistemas de relaciones horizontales de respeto y reconocimiento.

La liberación del hombre parte del principio de reconocer que es él, su propio liberador y no un grupo de vanguardia, las condiciones para su liberación están ubicadas al interior del sujeto, en la capacidad de reflexión y sistematización de su realidad y de hacer de esto un acto colectivo, es allí donde debemos enfocar nuestro trabajo, si es que de verdad estamos luchando por la liberación del pueblo.

Aquí se están formando a sí mismos, nuevos actores políticos que, si bien es cierto no van a seguir una línea partidista con los ojos cerrados, van a estar en capacidad de generar los procesos pertinentes en las comunidades donde activen.

El pueblo debe ser la vanguardia y nosotros uno más de ellos, de hecho ellos están allá luchando, quemando cauchos, marchando, recibiendo todo el peso del aparato represivo del estado y nosotros estamos aquí, aislados, a salvo “sacrificándonos por ellos”.

Es muy posible que ustedes no entiendan la mayoría de estos planteamientos, pero en el fondo saben que son acertados, que los métodos de entrenamiento que estamos aplicando, son los que corresponden con el momento histórico, pero si aún así toman alguna decisión en mi contra, les diré que ya dejé mi semilla sembrada y que lo que me hagan se les revertirá más pronto que tarde.

Le pidieron que se marchara de la reunión y comenzaron a deliberar,  no podían ponerse de acuerdo, sabían que ningún combatiente iba a actuar en contra del instructor provisional, se había ganado su confianza y respeto y ahora era prácticamente imposible que se volvieran contra él, así que decidieron colocarle un adjunto, que lo vigilara y que en algún determinado momento, cumpliera con una misión especial que se le iba a encomendar.

El veredicto se hizo público: la única falta de la cual podían acusarlo era de cierto retraso en el cronograma de entrenamientos; las lluvias se acercaban  y no iba dar tiempo de completar el curso de los pasantes (era claro que desde la comandancia no se iba a hacer oposición directa a los nuevos métodos de formación, pero algo tramaban, estaban demasiado tranquilos).

El primer hombre de la vanguardia fue comisionado para asistir al instructor provisional en la formación de los pasantes y desde ese momento en adelante, se le daría mayor prioridad a la formación militar ya que estaban retrasados con el cronograma de instrucción.

Tocaba la práctica de emboscada y contraemboscada; las prácticas consistían en dividir al grupo de pasantes en dos columnas; las tropas del ejercito y las fuerzas irregulares; el equipo de irregulares, era el encargado de montar la emboscada, mientras las tropas del ejercito era el encargado de detectarla.

La táctica para montar una emboscada, era la de escoger el sitio menos pensado, donde el enemigo menos esperara un ataque, pero que a la vez, brindara ciertas condiciones de protección del fuego enemigo, como por ejemplo: árboles o rocas y vegetación suficiente para camuflarse.

En las filas de las fuerzas del ejercito, el avance de la columna dependía de sus exploradores; estos debían evaluar las condiciones del terreno y ubicar las posibles zonas de emboscadas: cuando llegaran a un sitio propicio para una emboscada, debían desplazarse como si ya estuvieran bajo fuego enemigo, debían avanzar de una posición de resguardo a otra, hasta llegar a territorio seguro, el enemigo al ver sus movimientos, pensará que ha sido detectado y por lo mismo abrirá fuego contra los exploradores, salvando de esta forma al grueso de la columna.

El equipo de irregulares era comandado por el recién nombrado asistente del instructor provisional, mientras que en el equipo de las fuerzas del ejercito, el instructor provisional hacía las veces de explorador.

Todo sucedió en un instante, las fuerzas del ejercito se acercaban al lugar de la emboscada, su explorador marchaba a la vanguardia escudriñando ambos lados del camino; marchaban en dos columnas, las cuales protegían el lado del camino por el que se movían, de pronto recibieron la voz de alto; se acercaban a un lugar propicio para practicar el avance de exploradores en zonas de emboscada, el instructor pasó primero: avanzó hasta una piedra, hizo el ademán de salir pero se devolvió de inmediato, como si esperara que alguien le disparara, luego corrió hasta otra posición, cuando fue a realizar la finta de un nuevo avance, un disparo rompió el silencio que había estado prevaleciendo en el ambiente.

El instructor provisional, sintió un impacto en el pecho y cayó (nunca las prácticas se habían realizado con armas reales y menos aún con municiones) el resto de la columna se retiró de la zona de masacre y allí terminó el ejercicio.

Todos estaban aturdidos, no sabían quién había dado la orden de usar armas reales y municiones, hasta ahora todos los disparos habían sido onomatopéyicos, el instructor provisional yacía en el suelo, hasta que el equipo de irregulares salió de su escondite, luego el instructor provisional se levantó, recogió el taco de cera que le había impactado en el pecho y le reclamó a su recién nombrado asistente por el uso de aquella arma y la posibilidad de un accidente grave, la respuesta fue simple: se trataba de un mensaje de la comandancia.




Capítulo VllI
La despedida.

Todas las tardes cuando llovía, el grupo de pasantes se reunía en el guinde del instructor provisional; al igual que las prácticas, las discusiones políticas también habían cesado con la lluvia, dando paso a exquisitas tertulias donde se compartía un sentimiento de hermandad que hacía olvidar las medidas de seguridad que impedían revelar los nombres verdaderos y los lugares de donde provenían cada uno de ellos.   

Un cuadro político de los más convencidos puede traicionarte, pero un amigo, aunque haya dejado de creer en la lucha, nunca te traicionará. En pocas palabras: un hermano podrá llegar a ser un amigo, pero un amigo será siempre un hermano.

Todos ansiaban la llegada del domingo, pues ese día se cantaba, se presentaban obras de teatro hechas por los pasantes, se recitaba poesía y se bebía licor: se trataba de los domingos culturales.

Un viernes, mientras preparaban la plaza  para el domingo cultural, sucedió algo muy extraño entre el instructor provisional y la pasante de las cartas: entre ellos había una lúdica relación; cada vez que él le hacía un favor o tenía una atención para con ella y ella le agradecía por cada una de sus atenciones, él le respondía: “a tu orden”, a lo que ella le volvía a responder: “pero no a mi disposición”.

A el instructor provisional le aturdía aquella respuesta; lo dejaba en una situación incierta, pero ese día decidió responder con algo más que un rostro sonrojado, le afirmó: “sí y a tu disposición también”. Esta vez fue ella la aturdida; balbuceó algunas palabras, antes de recuperar el dominio de la situación y lo hizo de una manera tal, que lo dejó sin opciones: lo retó a que si era cierto que estaba a su disposición,  le permitiera a ella quitarle la ropa su ropa.

Él dudó un momento; por un lado su palabra estaba comprometida, pero por el otro, un extraño (y muy inoportuno) sentimiento de pudor, le impedía aceptar aquel reto. Pero bastó que ella estableciera cuál sería su recompensa si ganaba (un beso donde él quisiera) para que él terminara de reaccionar.

Sus manos se acercaron a él y con movimientos inquietantemente decididos, lo fue despojando de todas sus ropas, cuando ya sólo le separaba de la desnudez total, un tímido calzoncillo desgastado, él le pidió detenerse (hacía mucho que no era tocado por una mujer y una descomunal erección prometía un bochornoso desenlace).

Ella se disgustó mucho, le dijo que lo sabía, que lo de él, había sido sólo una pose de hombre seguro de sí mismo, que en el fondo él era tan inseguro y débil como los otros.

Ante aquella descarga, su erección fue vencida por su amor propio, a través del cual logró regresar a la normalidad y pedirle que terminara con aquello despojándole de la última pieza de ropa que aún conservaba.

Ella no tardó en hacerlo: él estaba desnudo ante ella y ante toda aquella montaña y ella le propinó entonces, la estocada final: le pidió que se diera vuelta.

Él no supo que hacer, eso no estaba en la apuesta, pero que más daba, total: él le había cedido el control de aquella situación (¿o ella se lo había arrebatado?). Todo era muy confuso y él estaba sin ropas y ella no dejaba de mirarlo.

De pronto, ella le pidió que se vistiera y se marchó sin decir nada; él no supo que sentir ¿había ganado? ¿Y el beso?.

Se sentía ultrajado, vejado, utilizado, pero no dejaba de darle curiosidad el por qué se lo había pedido, se suponía que sólo podían ser amigos y él se había estado tragando todas sus ganas por eso. Ahora viene ella con esto de la ropa y todo se revive y se vuelve incontenible y con las ganas que tienen el comandante y el jefe de seguridad de hallarlo en algo raro para fusilarlo: la cosa estaba muy fea.

El sábado en la madrugada fue despertado bruscamente, no había tiempo que perder: se le había encomendado a él, al jefe de la retaguardia y al primer hombre de la vanguardia, ir en una patrulla de aprovisionamiento y, si querían estar de regreso para disfrutar del domingo cultural, debían partir de inmediato.

Era obvio, el jefe de seguridad lo había enviado a él para separarlo de la pasante de las cartas y así poder seguirla atormentando hablándole mal del instructor oficial, para que ella se decidiera a abandonarlo, quedando él como su próxima opción.

Los tres patrulleros estaban convencidos que podían hacer el viaje en menos de día y medio, aunque la distancia se empeñaba en desilusionarlos, aún así, no se rindieron: no perderían su domingo cultural por culpa de ese fantoche de la seguridad.

Así que comenzaron a caminar, casi sin luz se internaron en la montaña, no se detuvieron a descansar, igual que aquella vez, cuando fueron perseguidos por una columna del ejército. Al final de la tarde llegaron al sitio indicado, el sudor les empapaba las ropas y la respiración parecía atravesar sus pulmones sin dejar oxígeno en ellos, aún así comenzaron la recolección de las vituallas (ñame, ocumo chino y varios racimos de cambures verdes) llenaron los sacos, les hicieron asas con bejucos y los colocaron  en sus espaldas.

Ahora sí parecía imposible, aunque la mayor parte del trayecto era en descenso, estaban extenuados, apenas podían moverse con aquel peso y la noche se cernía  ante ellos como un presagio de la derrota.

Adiós al domingo cultural, el jefe de seguridad se había salido con la suya, los había humillado haciéndoles perder aquel día tan anhelado. Se tumbaron al suelo para pernoctar allí mismo, estaban desmoralizados y vencidos, sólo el jefe de la retaguardia conservaba el buen humor (“a lo mejor estaba acostumbrado a aquellos atropellos”: pensó el instructor provisional) pero un brillo en su mirada decía que no era así; el jefe de la retaguardia guardaba un secreto.

Cuando ya la desesperanza se apoderó por completo del instructor provisional y del primer hombre de la vanguardia, el jefe de la retaguardia reveló su secreto: había un atajo; un camino bastante escabroso que reduciría a la mitad el trayecto de regreso y que si lo tomaban con las primeras luces del día, podrían llegar a tiempo para disfrutar del domingo cultural; se trataba de una de las tantas picas secretas que sólo el jefe de la retaguardia conocía.

Con las primeras luces del día y con las fuerzas recuperadas, emprendieron el regreso; aquel camino era realmente infernal, por suerte no les había tocado de subida, las secuelas del esfuerzo del día anterior, amenazaba con obligarlos a detenerse, pero las renovadas esperanzas de llegar a tiempo, lograban aplacar cualquier dolor y cualquier cansancio, de pronto oyeron al jefe de la retaguardia hacer el silbido con la seña al posta del campamento: habían llegado por la pica de retirada.

Todos quedaron sorprendidos, empezando por el jefe de seguridad: habían hecho el recorrido de tres días en un día y medio, eso era imposible.

Aquel domingo cultural había sido empañado por la absurda decisión del jefe de seguridad, de enviar, justo el día anterior y por tres días, a esos compañeros en una misión que no era prioritaria (a todas luces se trataba de una retaliación).

Pero todo se le había revertido al jefe de seguridad: todos evitaban estar cerca de él y ella más que ningún otro. Pero al ver llegar a los patrulleros ese día contra todo pronóstico, la alegría se volvió a apoderar del ambiente, (lo que no gustó mucho a los jefes, habían sido puestos en ridículo, una vez más).

La tarde se escapaba con el viento, ella ya había tomado mucho aguardiente y él apenas podía caminar por el esfuerzo realizado. Cuando todo terminó y todos fueron a sus guindes, ella le pidió que la acompañara al suyo; estaba demasiado mareada para ir sola.

Él no tuvo problemas en hacerlo, le agradaba mucho su compañía y en el estado en el que ella se encontraba, lo más seguro sería acompañarla; se fueron abrazados como dos compadres, al llegar al guinde, él la ayudó a subirse en el chinchorro y cuando se estaba despidiendo, ella le recordó que él había ganado una apuesta.

 No sabía qué pensar y mucho menos aún qué hacer, aquello podía ser desde una insinuación a estar juntos, hasta un desliz propio de alguien en estado de embriaguez, pero ese no era el problema, él tenía el control de la situación y todo lo que pudiera suceder dependía de él, sólo de él.

Pensó en acariciarla, en desnudarla, en apretar sus senos y hurgar todo sus rincones, la sangre le hervía, la absoluta oscuridad de aquella noche no le impedía verla y menos aún imaginarla sin ropa y bajo su cuerpo.

Se acercó a ella muy lentamente, tomó su cara con la delicadeza con que se toma el pétalo de luz de una flor estelar y suavemente le dio un beso leve, pero intenso, en la frente.

Luego procedió a marcharse, pero ella lo detuvo de nuevo; esta vez le recordó que aún no le había dado el beso de las buenas noches. Él no tuvo más opción, cruzó la densa oscuridad que los separaba y unió sus labios con los de ella en algo que fue mucho más que un beso, algo parecido al suave toque de la brisa materializándose en la superficie de aquella boca y aquella piel que fulminaba con sólo rozarla.


Capítulo IX
El comienzo

No pasó nada, sólo un beso profundo, una entrega a través de sus labios; lo dio todo en el breve instante en que una estrella fugaz entrega su brillo, la besó y se fue, pero no en retirada; sabía que había logrado una cabeza de playa, había conquistado un lugar en territorio enemigo, desde donde podría conducir un ataque más certero y de mayor profundidad, no se precipitó, consolidó su posición y esperó el contraataque.

Al día siguiente ella lo buscó, él logró evadirla haciéndole pensar que se sentía culpable, de esta manera ella iría confiada a reprocharle aquel suceso, era una emboscada y ella estaba cayendo segura y desprevenida y él ya había esperado demasiado, era hora de tomar la ofensiva; el enemigo se creía fuerte e ignoraba el inminente ataque.

Al final de la tarde logró dar con él, lo llevó a un sitio aislado y allí, con aquellos ojos perturbadores con que lo acusaba sin misericordia alguna, le preguntó qué había sucedido la noche anterior, él fingió un leve tartamudeo al responderle que sólo se habían dado un beso, ella arremetió fingiendo indignación, le reprochó el haberse aprovechado de la situación y haber traicionado su amistad.

Él estaba esperando todo aquello y aún más, pero el contraataque había sido muy breve, ella estaba segura de haberlo demolido, de haberlo aniquilado moralmente y de tenerlo en sus manos, de haber capturado su voluntad y subordinado su orgullo.

Una sonrisa en su rostro acabó con todas aquellas ideas de victoria, ella no podía comprender lo que estaba ocurriendo, pues él en vez de estar postrado sin poder mirarla a lo ojos, sonreía y la miraba fijamente, se deleitaba con su mirada ahora confundida y esquiva, podía percibir cierto temblor en su cuerpo y su boca, territorio que él ya conocía, permaneció sin proferir palabra alguna.
  
 Lo primero que hizo fue preguntarle por qué le había quitado la ropa, ella vaciló la respuesta (por primera vez la observaba tartamudear) y le respondió torpemente que había sido por curiosidad, él la acorraló diciéndole que no era cierto, pues de serlo, no habría pensado tanto la respuesta, ella asintió con un silencio desesperado, pero él sabía que no podía tener compasión, cualquier señal de debilidad sería utilizada por ella para escapar y atacar luego con mayor fiereza, así que prosiguió su ataque: le dijo que sí, que él la había besado, pero que ese beso se lo había dado desde la ternura y que su significado real, sólo podrían descifrarlo sus almas. 

Ella tuvo que aceptarlo, sólo le dijo que no debía repetirse aquel error, pero sabía que tal solicitud era imposible o en todo caso, sus propios labios no obedecerían aquella absurda petición.

Ella se quejó ante el comandante, algo la estaba incomodando, se trataba de su guinde: el chinchorro le estaba haciendo daño en la columna y solicitó que fuera cambiado por un guinde fijo.

Por alguna extraña razón no podían estar separados, tenían una necesidad urgente de estar juntos todo el tiempo, de verse, de hablar hasta de las cosas más triviales, todo como excusa para estar juntos.

Poco a poco la presión de lo que estaban sintiendo los fue arropando y ninguno de los dos supo cómo pasó, pero un día cuando estaban en medio de  una marcha, ella se retrazó hasta que llegó a la retaguardia y allí se encontró con él, esperaron que la columna se alejara y se besaron con la desesperación del último beso y con la pasión del primero.

Nadie podía saber lo que estaba ocurriendo, aquella relación debía permanecer en secreto a toda costa, por las noches cuando sólo los postas estaban despiertos, él se deslizaba hasta el guinde de ella, ahora convenientemente preparado para su llegada.

Él tuvo que desarrollar técnicas de desplazamiento en oscuridad extrema, sin utilizar luz de ningún tipo, así podía llegar hasta ella sin delatar su posición y así pasaron varias de las más maravillosas noches de aquellos días.

Pero pronto llegaría el día en que los pasantes deberían bajar a sus zonas, así que había que preparar el plan de trabajo para aplicar todo lo que habían desarrollado en aquellas intensas discusiones sobre una plataforma de acción alternativa, había mucho que planificar: las estrategias de abordaje de las comunidades donde iban a activar, cómo iniciar procesos colectivos de apropiación de la realidad y cómo hacer que estos dieran algún tipo de respuesta a corto plazo que demostrara su pertinencia, cómo generar procesos colectivistas en los que se socializaran las herramientas metodológicas en cuanto a: lo organizativo,  lo comunicacional, lo productivo, lo formativo y todos aquellos elementos que habían sido señalados como necesarios en un proceso integral de construcción colectiva.

Era de mucha importancia establecer los canales de comunicación necesarios, las distintas estrategias de articulación de los procesos que iban a iniciarse, había que diseñar los elementos fundamentales de la escuela de insurrección popular y el proceso de sistematización del conocimiento que los sectores populares habían acumulado históricamente sobre este tema.

Había que hacerlo todo con la mayor discreción, el comandante y su plana mayor sospechaban que algo se estaba tramando a sus espaldas, pero los mecanismos de seguridad diseñados por los pasantes y el instructor provisional, estaban funcionando perfectamente.

Se reunían por grupos en lugares cercanos al campamento, mientras que el resto se encargaba de llamar la atención generando algún tipo de distracción, los documentos producidos fueron copiados por todos los grupos de las distintas zonas que allí estaban representadas.

Todo estaba listo, en seis meses harían una primera reunión de seguimiento para hacer los correctivos a que hubiera lugar, todo debía hacerse en absoluto secreto, captarían la mayor cantidad de compañeros posibles, antes de romper con aquella organización que se empeñaba en permanecer atrapada en los errores del pasado.

Era el comienzo de una experiencia que prometía generar las bases de un movimiento social integralmente autogestionario, creando para ello una red de colectivos que activarían en todas las áreas desde la productiva, pasando por la cultural, la política, la militar, en fin, de todas las áreas que comprendían un proceso realmente integral y profundamente popular.

Llegó el momento de bajar a los pasantes, eran bajados en pequeños grupos, un grupo por día. El de ella fue el último grupo en bajar, a él le tocó escoltarlos hasta la casa de seguridad donde se haría el trasbordo, aquella vez no pudieron besarse, él quedo protegiendo el perímetro mientras ella partía, sólo se miraron, él la vio desaparecer por el camino y sintió como un profundo vacío se apoderaba de su pecho.


Capítulo X
El Despertar

Había una tensa calma en el campamento, si bien la correlación de fuerzas había cambiado luego de la partida de los pasantes, el comandante y sus adjuntos no contaban con la fuerza necesaria para atacar al instructor provisional. Aún ignoraban todo el plan que se estaba desarrollando a espaldas de ellos y de su organización.
Sabían que la situación no podía extenderse más, era cuestión de tiempo  que el mando de aquel destacamento entrara en disputa, así que decidieron negociar; ofrecieron darle al instructor provisional una baja amistosa, era la oportunidad que él había estado esperando, pero no podía fiarse y menos aún demostrar que tal situación le beneficiaba.

Pidió un tiempo para pensar en tal oferta; lo que en verdad quería era contactar al enlace del campamento, para recibir noticias sobre la instalación de los equipos en las distintas zonas ese era un dato imprescindible sin el cual aún no podía marcharse.

Pasaron algunos días y se estaba haciendo muy riesgoso seguir dilatando la respuesta, la situación se hacía cada vez más tensa y el enlace no aparecía por ningún lado.

El instructor suplente decidió no correr más riesgos, retomaría el contacto con el resto de los equipos desde un lugar más seguro, así que aceptó la baja amistosa y comenzó a hacer los preparativos para  bajar de la montaña; sabía que al bajar, el equipo que se quedaba en el destacamento sería desmantelado y sus integrantes sancionados o en el mejor de los casos, quedarían marginados.

Pero no había más opción, si bajaban todos, quedaría en evidencia la red clandestina que se había formado, ellos tendrían que  resistir e irse desincorporando discretamente.

La llegada del enlace del campamento alivió por un momento el clima de tensión que había, no sólo traía la información que el instructor provisional necesitaba con urgencia para balancear el progreso de los distintos colectivos de trabajo, el enlace traía una información que le cambiaría la vida al instructor provisional; eran noticias de ella.
El enlace de la guerrilla había violentado los protocolos de seguridad y había ubicado la dirección de su casa.

El enlace llegó al destacamento justo antes del día límite para la partida del instructor suplente, aún así lograron hacer los movimientos necesarios para que fuera él mismo quien bajara al instructor suplente.

Al amanecer del siguiente día, dos figuras sigilosas se desplazaban montaña abajo, las medidas de seguridad habían sido extremadas, era bien sabido que cuando un militante de aquella organización se convertía en un elemento muy incomodo, era coincidencialmente eliminado por algún organismo de seguridad del estado.

Alteraron la ruta de salida y realizaron varios rodeos antes de entrar en la ciudad. Su corazón latía ansiosamente al saberla cada vez más próxima; volver a reflejarse  en aquellos ojos de fuego puro, volver a ser fulminado por el intenso destello de su sonrisa, todo en él era un hervor, un frenesí desatado en todos los sentidos.

Ella no sabía nada de la llegada del instructor provisional, pensaba que si lo volvía a ver sería en algún encuentro de coordinación de los equipos de trabajo que habían armado en el campamento.

Ella pasaba el día en casa de una amiga, el enlace del campamento había realizado un levantamiento eficiente; todos los movimientos de la pasante de las cartas eran sabidos por él.

No escatimaron en dar rodeos, tardaron casi una hora en hacer un recorrido de veinte minutos, cuando estimaron que ya habían despistado a quienes les hubieran podido estar siguiendo, se dirigieron a casa de aquella amiga de la pasante.

Sabían el riesgo que corrían al estar allí, el instructor provisional ya no era parte de aquella organización y los desacuerdos que había tenido con la comandancia lo convertían en un sujeto extremadamente incomodo para ellos.

Aún así no dudó un momento en tocar aquella puerta, se imaginaba su cara develándose lentamente mientras la puerta, al abrirse, fulminaba el último obstáculo que los separaba. Pero fue otro rostro el que apareció, el encuentro de aquellos dos extraños, paralizó el jubilo que embargaba al instructor provisional, que, confundido como estaba, no podía articular palabra alguna, el enlace del campamento entro en acción preguntando por la pasante de las cartas y se presentó como amigo de esta.
   
Ellos se habían visto antes, así que la amiga de la pasante accedió a llamarla como un gesto de simpatía hacia el enlace del campamento, el instructor provisional observó cómo se miraban estos dos y no tardó en reconocer la atracción que entre ellos había. Pero sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz bien conocida por él; una que le penetraba el pecho luego de recorrer toda su columna y estremecerle cada fibra y cada suspiro.
Tenían pocos días, el enlace debía volver al campamento con la noticia de la salida del instructor provisional de aquella ciudad, así que no perdieron tiempo. Las dos parejas se fueron a un apartamento de lujo ubicado frente a la playa (propiedad de un amigo de ellas). Parecía mentira, después de tantas picadas de mosquitos, de tantas caminatas, de tanta comida precaria, estar ahora rodeados de todo aquel lujo y bañándose en la playa como cualquier turista, era simplemente surrealista.

Se acercaba el día de partir, no había mas opción, debían separarse nuevamente y esta vez sería definitivamente, el curso de los acontecimientos así lo exigía; quedaban condenados a amarse sólo desde el recuerdo.

Ella lo acompañó hasta el Terminal, él pidió un asiento junto a la ventana, donde pudiera verla hasta el último momento. Se abrazaron fuertemente con desespero y resignación a la vez: jamás se volverían a tocar sus cuerpos, ni a besar sus bocas, ese adiós era definitivo como una muerte, aunque más triste.

Subió al autobús y miró por la ventana; sus miradas eran un lazo de tristeza que los sujetaba desde el alma. Poco a poco el autobús comenzó su marcha, él tuvo aferrarse a su asiento para controlar unas desesperadas ganas de bajar del autobús y correr hacia ella, pero sólo se quedó viendo como la distancia hacía que la penumbra borrara lentamente su imagen del cristal de la ventana.

Se quedó dormido con el recuerdo de su última imagen como único sueño, de sus ojos cerrados brotaron algunas lágrimas, cuando de pronto oyó que una voz femenina le despertaba: “oye despierta, tenemos que ir a Miraflores” él se despertó muy confundido, preguntó qué día era, pues el cansancio de los últimos acontecimientos le había afectado mucho, la respuesta fue corta pero contundente: “estamos en el planeta tierra y es el trece de abril del año dos mil dos”, le dijeron con cierto sarcasmo, aquellas palabras lo atravesaron como un relámpago; había estado soñando con recuerdos de hacía diez años.

Aquel día todos marcharon al palacio de gobierno a rescatar al presidente, habían vivido dos días de enfrentamientos y hoy por fin habían logrado la victoria, el pueblo había triunfado, habían rescatado al presidente y todos hacían una vigilia en las afueras del palacio de gobierno. Él miraba a las estrellas cuando su compañera le preguntó en qué pensaba y sólo respondió: “en nada, sólo recordaba cómo llegamos hasta aquí”.


    FIN